El silencio del asesino by Concha Lopez Narvaez

El silencio del asesino by Concha Lopez Narvaez

autor:Concha Lopez Narvaez
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Policíaca juvenil
publicado: 2011-07-02T22:00:00+00:00


9

EL TESTAMENTO DE MARY ADAMS

Claire Stanford se preguntaba por qué cada testigo no era citado una sola vez, aunque el interrogatorio resultase muy largo; eso era preferible a tener que subir varias veces al estrado. Pero sucedía que, al negarse el acusado a declarar, el fiscal tenía que ir recomponiendo el caso exclusivamente por medio de las declaraciones de los testigos, y, como convenía hacerlo de manera cronológica, no le quedaba otro remedio que llamar a una misma persona en ocasiones diferentes.

—Señorita Stanford, ¿sabía usted que Mary Adams hizo una transferencia desde su cuenta de Wiggfield a cierta entidad bancaria de Brasil? —preguntó el fiscal amablemente.

—Sí, lo sabía —respondió Claire.

—¿Conocía el señor Morrison este extremo?

—Sí, lo conocía. Como la señora Mac Nigan ha dicho, aunque al principio se negaba a que Mary lo respaldara con su dinero, acabó aceptándolo, «Sólo para que ella viviera como estaba acostumbrada», ésas fueron sus palabras —dijo Claire, y sus labios se curvaron instintivamente en una sarcástica y amarga sonrisa.

—¿Y también sabía usted que, pocos días antes del proyectado viaje a Brasil, Mary hizo testamento en favor de su marido?

En la sala se produjo un auténtico revuelo.

—Sí, también lo sabía —respondió Claire.

—¿Y no le pareció extraño? Mary era demasiado joven para pensar en la muerte.

—Me pareció extraño y así se lo dije. Ella me explicó que lo único que hacía era corresponder a Ernest.

—¿Corresponder a Ernest? —preguntó el fiscal, y en la sala se produjo un nuevo movimiento de expectación.

—Un día Ernest entregó a Mary un misterioso sobre cerrado. Dentro había un testamento según el cual legaba a su esposa una pequeña casa en el condado de Sussex y los escasos acres que la rodeaban. No era mucho, pero Mary se sintió emocionada. «Perteneció a mis padres; si me sucediera algo quiero que sea para ti», le dijo él.

—Y para corresponder a la amorosa generosidad de Ernest, Mary se sintió obligada a hacer un testamento en su favor en el que le dejaba prácticamente todo cuanto poseía, que era bastante más de lo que poseía él —dijo el fiscal con pronunciada ironía. Y luego, mirando directamente al acusado, añadió, con no menor sarcasmo—: Si el señor Morrison se hubiera repuesto de su profundo ataque de amnesia, quizá podría decirnos qué ha sido de aquella pequeña casita, rodeada de unos pocos acres de tierra, que tenía en tanta estima...

Ernest Morrison hizo un leve gesto y sus cejas y sus hombros se alzaron como diciendo «Lo ignoro», y el fiscal prosiguió.

—Ya vemos que todavía no se encuentra en condiciones de responder, pero no importa, también esto será aclarado en el momento oportuno. Bien, por mi parte es todo —dijo dirigiéndose a Claire Stanford.

Ella iba a retirarse; pero el defensor reclamó su turno.

En la sala se produjo un rumor de fastidio: no tenía ningún sentido que aquel hombre se empeñara en justificar su sueldo. Nadie iba a reprocharle que permaneciera en silencio. Lo que verdaderamente todo el mundo deseaba era que el fiscal continuara aclarando las cada vez más excitantes circunstancias que rodeaban la muerte de Mary Adams.



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